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JOSE MARTI.

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jueves, 14 de abril de 2011

DEL BLOG DE ZOÉ VALDÉS: BUENÍSIMO.

Por Zoé Valdés LUIS ORTEGA. ¿PERIODISTA?

Murió Luis Ortega. Que en paz descanse, si es que puede. Algunos comentan que fue un gran periodista. Para mí no lo fue. Hay una gran diferencia entre un intrigante y un periodista, y peor, entre un personaje que sitúa la profesión de periodista entre dos ideologías partidistas, la batistiana y la castrista. Si al menos hubiera elegido dignamente por una, pero no fue nunca un buen batistiano, y tampoco mejor castrista, por lo que siempre fue un mediocre entre dos aguas; como periodista existía, eso sí, porque ocupó plaza en El Diario La Prensa, bajo las órdenes y protección de Vicky Peláez, acusada, como todos recordarán, de espía rusa.


Como ser humano o humalo no tuve el disgusto de conocerlo, sin embargo, se dedicó a deschavar de mi persona valiéndose de la información que le daban los castristas, o los imbéciles. Nunca me llamó para comprobar la información, no le hacía falta, porque él no fue un buen periodista, ningún periodista que se respete escribe lo que escribió de mí sin siquiera levantar el teléfono para al menos conocerme de viva voz. Él hacía su trabajo, el que le habían ordenado desde las altas esferas castristas, a través de Piedras y Llanos; por esa mierda cobraba.


Hoy me entero que Luis Ortega era maricón (por cierto, Guillermo Cabrera Infante jamás escribió que Agustín Tamargo era homosexual como se asevera en un blog cubano, aunque sabía desde los doce años del gran amor que se tuvieron Harold Gramatges y Agustín Tamargo.



Guillermo era incapaz de regar nada al respecto, ya que siempre profesó un gran cariño a Rosaura, la esposa de Tamargo). Luis Ortega no era gay ni homosexual, ni maricón en el sentido grandioso del término. Yo también soy muy maricona, pero lo digo, jamás lo he ocultado. Al parecer era maricón tapiñado. Ahora entiendo mejor su odio, su intriga, y su cretinismo como escritorzuelo. Porque esos maricones republicanos que velaban la letra con insignias periodísticas, aún después del castrismo, son de lo peor que ha dado Cuba, aunque si los situamos al lado de las Locas Castristas, tienen algo en común: La envidia. Y Luis Ortega fue un envidioso, siempre, per nature; típico de las locas republicanas casadas, y de las locas castristas arrimadas a viejas.


No sólo se dedicó a hablar horrores de los escritores cubanos del exilio, además escribía cartas, junto a otro grupito de funestos mediocres -a la cabeza un librero de Nueva York-, al diario español El País, para que no publicaran nunca más a Guillermo Cabrera Infante. Y por supuesto, no logró lo que quería, por torpe y estúpido. Pero sobre todo, porque jamás hubiera podido pararse al lado del Premio Cervantes cubano, el autor de La Habana para un Infante Difunto.


Ustedes se preguntarán por qué escribo esto entonces. Bien, me explico: Ya me estoy cansando de que cada vez que se muere una alimaña de éstas haya que leer mierdas como que fue un gran periodista y todo tipo de sandeces del mismo género. Luis Ortega fue una alimaña, basta; pero no fue ni es la única. Tiene unos cuantos alumnos que podrían aventajarlo, o que casi lo han superado ya.


Así es. Ortega murió y el mundo respira más limpio. Me vine a acordar de él hoy por la mañana, cuando leí aliviada de su muerte. Un viejo de mierda menos, me dije. Y entonces salí a la limeña Avenida Pardo a degustar un buen ceviche y a perderme en la ruta de Mario Vargas Llosa, la de sus novelas Los Jefes, Los Cachorros, y La Ciudad y los Perros, en el barrio de Miraflores. Hasta que regresé al hotel, y me di ánimos, déjame hacer lo que debo como escritora: Cagarme en la estampa de este cabronazo, de manera elegante, a través de la escritura. Y que descanse como pueda, que ya bastante daño hizo. Perdón, daño es una palabra de demasiada alcurnia. Ya bastante que jodió como el cizañero que adoptó y acató ser. Ahora, le tocó el turno de joderse. Y salió ganando, porque le he dedicado -quand-même!-, tres cuartillas. Zoé Valdés.