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JOSE MARTI.

lunes, 20 de diciembre de 2010

ARTÍCULO TOMADO DE EL NUEVO HERALD

Atrévete a soñar

Por: Ninoska Pérez Castellón

Mientras asistía a una sesión de la Comisión de Derechos Humanos en Ginebra, me impactó un afiche de Naciones Unidas que mostraba a un hombre que le gritaba a otro: `` ¡Refugiado, regresa a tu país!''. El hombre acosado respondía: `` ¡Si pudiera lo haría!''

El exilio es una de esas pocas experiencias que para entenderla, hay que vivirla. Es profunda desolación. Una fría neblina que nunca se va del todo. Tan traumático como arrancar una planta de raíz. Es una constante añoranza por todo lo perdido que se niega a desaparecer y la redención solo la encuentras al recordar.

Jorge Mas Canosa, el exiliado más prominente de su época, me confesó poco antes de morir que el exilio era ``el peor de los castigos''. A pesar de su influencia política y su triunfo económico, murió añorando la tierra que juró liberar.

Ser exiliado es sentirse frágil como una planta trasplantada. Es dejar atrás todo lo amado y sentirse siempre un extranjero. Es no saber si algún día regresaremos al hogar.

El 5 de junio de 1959, aterricé en una ciudad cuyo nombre no podía pronunciar: Ft. Lauderdale. Mi hermanita, mi prima y yo descendimos del avión vestidas como princesas, sin reconocer aún que no éramos más que refugiadas. América nos había dado la bienvenida y quedaba atrás la pesadilla en que se había convertido la vida para nuestra familia tras el triunfo de la revolución. Unos meses después recuerdo el miedo y el frío que sentí en una corte de inmigración durante una audiencia de deportación. Fue una de las pocas ocasiones en que el optimismo de mi madre quedó opacado por la preocupación que reflejaba el rostro de mi padre. Pero Estados Unidos no nos defraudó y recibimos el asilo político, evitando que fuéramos devueltos al infierno del que habíamos logrado escapar.

Los próximos años fueron difíciles. Niños cubanos llegaban a Estados Unidos sin sus padres, las noticias reportaban demasiados fusilamientos y fracasaba la invasión de Bahía de Cochinos donde lucharon mis tíos y hermanos. Uno de mis hermanos, con apenas 18 años, por poco muere asfixiado al ser encerrado en una rastra hermética. Hombres y mujeres abarrotaban las prisiones en Cuba, mientras que miles escapaban despojados de todo y estrenaban el exilio con la incertidumbre como compañera. Los trabajos eran escasos y era común ver a un médico o a un abogado limpiando pisos. En medio de aquel caos mi abuelo siempre repetía: ``Atrévanse a soñar''.

El ex congresista Joe Kennedy me contó cómo su abuela Rose Fitzgerald le mostró la sección de clasificados de un viejo diario de Boston y le señaló un anuncio que decía: Se busca un lavador de platos, los irlandeses no se molesten en aplicar. ``Recuerda siempre de dónde venimos'', le dijo. No fue diferente con nosotros los cubanos. Nunca lo hemos olvidado. Nos hemos reconocido en los rostros de quienes llegaron después en balsas o embarcaciones, desertando en algún remoto rincón del planeta o perdiendo la vida en el intento.

El exilio es una difícil, pero valiosa lección. El libro: The Exile Experience, A Journey to Freedom pone nuestra experiencia en perspectiva y se convierte en un importante testimonio para futuras generaciones. Mostrará a los americanos que vivimos agradecidos del país que nos dio tantas oportunidades. Una tierra que queremos tanto como la nuestra, pero que como refugiados que siempre seremos en lo más profundo de nuestras almas, jamás podremos olvidar de dónde venimos. Ayudará a despejar las perversas difamaciones del régimen cubano hacia una comunidad que ha sido más satanizada que ninguna otra.

La historia del exilio cubano es una de triunfos, pero detrás de cada una de esas historias figuran grandes sacrificios, mucho dolor y las amargas lágrimas de tercos cubanos que contuvieron su llanto y siguieron adelante a pesar que a veces la visión nublaba el camino.

Cada vez que he tenido el privilegio de ser una voz a favor de la libertad de mi pueblo, ya sea en la radio aquí en Miami o trasmitiendo hacia Cuba, hablándole a algún presidente o testificando ante el Congreso de Estados Unidos confrontando a quienes sirven de apologistas para la dictadura cubana, invariablemente escucho las palabras de mi abuelo: ``Atrévete a soñar''.

Hace un tiempo atrás, en la Casa Blanca como invitada del presidente de Estados Unidos para celebrar la Navidad, recordé aquella primera Nochebuena en este país, donde la tristeza fue tal que al sentarse la familia a la mesa, todos rompimos a llorar. Ahora cuando miro la foto de ese día junto al presidente George Bush, me digo a mi misma: no está mal para la niña refugiada que temblaba de miedo en una corte de inmigración.

No, aún no he olvidado. Jamás voy a olvidar.

Ninoska Pérez Castellón es directora ejecutiva del Consejo por la Libertad de Cuba y autora con Mirta Iglesias de Cuba mía, hablan tus hijos.

10 comentarios:

asere cubano dijo...

Me ha gustado muchísimo este comentario Iliana, este exilio histórico siempre ha sido la pesadilla de la dictadura, ellos saben que establecer una comparación resulta fatídico para sus resultados, 50 años de dueños de una isla entera y no han podido acopiar ni el 10% del total de los éxitos que han logrado un puñado de cubanos exiliados o como bien dice Ninoska, trasplantados de su tierra natal.

Iliana Curra dijo...

Sí, un artículo realmente sentido y lleno de nostalgia por esa Cuba que dejamos atrás...solo físicamente.

Anónimo dijo...

No, definitivamente no está nada mal… El exilio ha sido una bendición para gente como Ninoska, que ha sabido exprimirle el jugo hasta obtener los mayores beneficios posibles. Detrás de esa melancolía se esconde un oportunismo visceral del que muy bien podría dar fe su esposo, el ex batistiano Roberto Martín Pérez. Ellos han hecho del exilio un próspero negocio. A otro perro con ese hueso.

Anónimo dijo...

En Cuba y aqui siempre se escuchan a personas hablando de que cubanos como en este caso la Señora Perez Castellon viven de la politiqueria anticomunista y en el fondo desean la permanencia de los Castros en el poder para continuar viviendo del cuento; tuve la oportunidad de conocer a Ninoska y a Roberto en su casa,y cuando vi el condominio donde viven y su hogar me di cuenta de las mentiras que hablan sus enemigos,ellos viven muy modestamente en comparacion a esa idea de que nos hacen sus criticos que los describen como gente rodeada de lujos,viviendo en mansiones y manejando lujosos carros.Por eso no me queda mas remedio que llamarles mentirosos a toda esa gente que siempre estan tratando de manchar la imagen de las personalidades mas conocidas en la lucha por una Cuba libre.

Iliana Curra dijo...

Así es. La envidia, eso se llama envidia. Tanto Ninoska como Roberto, viven, no solo modestamente, son modestos en todos los aspectos de su vida y ayudan a mucha gente. Ninoska trabaja muchísimo y de su salario vive, pero eso no lo entiende la envidia de aquellos que creen en cuentos castristas, y no son capaces de ver la verdad, sino repetir como papagayos histéricos.

Marisel dijo...

Para el Anonimo, te llenas la boca para criticar, Ninoska tanto como Roberto viven humildemente y trabajan incansablemente no por lucro pero sino por la ansias de liberar a nuestra isla y de mostrarle al mundo, que muchas veces es sordo y ciego como tu, como son las cosas en Cuba. Anonimo, no se donde vives, pero si estas en los Estados Unidos y todavia crees en las mentiras que te ensegno Fidel, entonces lo siento mucho por ti, pues parece que Fidel te comio el cerebro.

Anónimo dijo...

Ninoska puede sentirse feliz... su coro de aduladores reacciona con rapidez ante el menor ataque. Se comprende, son muchos los favores que le deben.

Anónimo dijo...

Y tu anonimo peste a culo,que eres un lame ojo de culo comunista,ya cansas con tus ataques a todo aquel que se oponga a la Dictadura Castrista,da tu nombre y direccion para enviarte tu cuota de pasta de oca y dulce de remolacha.

Iliana Curra dijo...

Ese infeliz anónimo, que ni valor tiene para decir quién es, es eso mismo: un infeliz castrista a quien lo cazaron con la mentira...¡Pobrecito!

Anónimo dijo...

Me provoca en vano... ni soy cobarde ni soy castrista, al contrario. Pero ni imagine por un minuto que le voy a decir mi nombre. No vale la pena. Cuando los intolerantes nacieron, ya Ud. andaba correteando por los pasillos.