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JOSE MARTI.

miércoles, 7 de octubre de 2009

LA CORDILLERA - II PARTE (ARTÍCULO)


Por: Iliana Curra

Apenas habiendo salido de La Habana, el capitán hizo parar a la rastra. Tenían sistemas de comunicación para llamarse unos a otros de cada patrullero. Salió diparado del carro y ordenó abrir la reja. Señaló directamente a un preso de la raza negra que estaba al centro del camión. El preso había mordido las esposas plásticas y las había partido. Tenía las manos libres y ninguno de los guardias lo había visto. Desde el patrullero de atrás el capitán lo captó. Tenía vista de águila. Todo el mundo se quedó estupefacto. Le puso unas esposas metálicas y volvió al patrullero. El material plástico de las esposas es duro como el metal, pero el reo utilizó sus dientes como cuchillo. Era realmente asombroso.

La rastra tenía bancos a lo largo. Dos a los extremos y uno al centro. Los presos íban sentados uno al lado del otro con sus pertenencias en unas bolsas llamadas jolongos. A medida que levantaba el día, todo estaba bien. Alrededor del mediodía llegamos a la prisión de extrema seguridad de Agüica. La rastra se ubicó a la entrada y bajaron algunos presos para esa cárcel. También recogieron a otros. El capitán protestaba constantemente por lo mal que trabajaban en la cárcel y la demora que había para todo. Para los presos trajeron unas bandejas mugrientas con una comida imposible de tragar. Mi bandeja fue a parar a la rastra y alguno de ellos almorzó mi ración. El capitán me permitió salir del carro y caminar para estirar los pies. Estuvimos como dos horas en Agüica y luego volvimos a salir. Había calor, un sol bastante fuerte. El viaje continuó. Esta vez fue largo y tedioso.

En cada pueblo que entrábamos la gente se paraba a mirar de forma curiosa y con lástima. Cuando estábamos en la carretera ningún carro se podía acercar al convoy. Si alguien se arriesgaba a pegarse a la rastra, los guardias le enseñaban las AK-M con sus bayonetas en las puntas y les gritaban que se alejaran. En un momento del camino el camión tuvo una rotura y los guardias se tiraron a la calle como si se tratara de un asalto. Paraban el tráfico y alrededor de la rastra no podía haber nadie. Todo un revuelo peliculero al estilo de Hollywood.

Cada vez que entrábamos a una provincia diferente, los patrulleros cambiaban y teníamos que movernos. Eran otros policías y otros tipos de carros. Los policías eran arrogantes y se molestaban por mi presencia en el carro. El capitán de Cárceles y Prisiones me preguntó por qué yo estaba presa. Le dije que yo había sido condenada por estar en contra del sistema, pero que no me sentía mal por ello. Todo lo contrario. No tuvo una respuesta represiva como esperaba que fuera. Me dijo simplemente que respetaba mi criterio, y ahí quedó todo. Pero, precisamente por ese criterio cumplía una condena de tres años de privación de libertad. Mi único crímen era pensar diferente, y eso bastaba.

Alrededor de las siete u ocho de la noche llegamos a Ciego de Avila. Miradas curiosas por todos lados sabían lo que eso significaba. Me imagino que estarían acostumbrados a lidiar con el panorama a cada rato. Entramos a la cárcel de Canaleta. Nuevamente repartieron bandejas mugrientas para los presos. Mi bandeja la entregué a la rastra y hasta una bronca se formó para cogerla. Dos presos se entraron a piñazos porque querían comerse mi ración. A la hora de comer les quitaban las esposas. Pedí permiso para ir al baño y el capitán ordenó me llevaran al centro donde recluyen a las mujeres. Se trata de una sección donde encierran a las mujeres como depósito hasta que son trasladadas a una prisión para ellas. Canaleta es una cárcel de máxima seguridad para hombres solamente. Entré al lugar donde habían unas pocas literas y algunas mujeres presas. Me enseñaron el baño y me hicieron algunas preguntas curiosas. Una presa común me dijo que pronto iría para la cárcel de mujeres de Camagüey y que se los dijera a las de allá cuando llegara. No recuerdo su nombre. Tenía un punto de tatuaje encima del labio superior que luego supe era propio de las homosexuales que hacen el papel de las mujeres. La presa era reincidente y estaba involucrada en robos o algo parecido.

Al salir del baño, me senté nuevamente en el patrullero. Estaba sola, sentada detrás y un policía abrió la puerta y me quiso sacar a la fuerza. Me negué y me aferré al asiento. Llamé al capitán y éste vino a ver qué pasaba. Le dije que el policía me quería sacar y le ordenó retirarse. Que yo me quedaba ahí sentada y que me dejara tranquila. El policía me miraba con tanto odio que me hubiera matado. Me sonreí con burla. Era mi única forma de vengarme de tanta represión injusta.

Salimos bien oscuros de Canaleta. Acercándonos a Camagüey había un frío terrible. Los pobres hombres que íban en la rastra se tapaban con lo que tenían en sus jolongos. Estaban congelados. Una intensa neblina hizo que los carros apenas se movieran. Iban lentos porque no se divisaba nada. Era de noche y la oscuridad era penetrante, fría y desoladora. El capitán había recibido unos plátanos de fruta maduros de parte de uno de los policías, del chofer, que en su actitud servil le entregó para congraciarse. Yo sentada al centro detrás no había comido nada en todo el día. Tampoco podía tragar, era demasiado el disgusto que tenía para probar bocado alguno, mucho menos eso que llamaban comida en las bandejas grasientas y sucias que nos entregaron. El capitán inmediatamente me entregó los platanitos. Me dijo: “Pepilla, no has comido nada. Toma, esto para ti. Si no quieres ahora, guárdalos y cómetelos después”. La cara del policía era de piedra, me imagino su rabia y su odio contenido. Yo no los probé, pero los tomé en agradecimiento de una actitud que no concordaba con los demás. Lo consideré un caballero, a pesar de nuestras ideologías tan diferentes y los caminos desiguales que llevábamos.

Ya bien tarde, aproximadamente a las 12 de la noche llegamos a Kilo-5. La cárcel de extremo rigor para mujeres en toda Cuba. Allí había una Primer Teniente llamada Ofelia que estaba de guardia operativa. Me estaban esperando desde hacía rato, pero el convoy se había demorado más de la cuenta. El capitán bajó mi jolongo, entregó mi expediente, que al abrirlo, la oficial dijo: “Una C.R., ya tu sabes”. C.R. significa “Contra Revolucionaria”. “Efectivamente” -les dije- “y me buscan una celda en solitaria ahora mismo. No quiero galeras”. Me dijeron que no, que iría a galera y que hablaríamos al día siguiente. El capitán me dio la mano y me dijo: “Pepilla, pórtate bien para que salgas pronto. Cuídate”. Salió con su paso apurado y empezó a dar órdenes para continuar. La “cordillera” se dirigía ahora a Kilo-7 y Kilo-8, cárceles construídas detrás de Kilo-5, porque Camagüey es una de las provincias que más prisiones tiene. Luego continuaría hasta Guantánamo.

La “cordillera” continuó su andar en el frío de una noche triste y dolorosa. Los hombres íban a parar a sus cárceles, y yo estaba en la mía, en la que sádicos oficiales de la Seguridad del Estado habían escogido para sacrificar a mi familia desde La Habana. Parada en la puerta de la reja principal no sabía qué me esperaba. Una incertidumbre hacía que mi corazón golpeara fuertemente y mis sentidos se agudizaran al máximo temiendo lo peor. Lo desconocido siempre causa temor, y de eso ni los más valientes están exentos. Yo no me consideraba como tal. Simplemente sabía que tenía que afrontar nuevas vicisitudes en un mundo incierto y confuso. En un mundo brutal y salvaje como es una cárcel de mujeres.

En ese mismo momento la “cordillera”, quizás, ya estaba entrando en Kilo-7, para luego continuar su camino impasible y solitario. Dejando a otros que, como yo, les esperaba el sufrimiento de verse alejados de su familia. Desterrados en nuestra propia tierra por órdenes crueles de quienes no respetan la condición humana. ¡Dios los perdone! Yo, jamás podré.

6 comentarios:

aserecubano dijo...

La segunda parte tan buena como la primera, gracias por contarnos estas cosas Iliana.

Iliana Curra dijo...

Gracias a ustedes por entrar y leerlo. Un abrazo.

@Julita dijo...

Impactante!
Iliana, todos mis respetos para ti y para todos los que han padecido esta cruel historia.

Cuando llegue el momento del Presidio Politico de mujeres en El Congreso no puedes faltar tu ni otras.

Mi solidaridad

Iliana Curra dijo...

Ahí estaremos. Gracias por leer mi blog. un abrazo.

Arnaldo dijo...

Te considero al igual que a todos los que han sufrido y sufren
La perversidad de estas bacterias estomagales que todos conosemos.

Arnaldo

Iliana Curra dijo...

Lo importante no es dar a conocer "mi" situación, sino que esto era con todos los presos, la irracionalidad de ese régimen es contra todo el pueblo, y es bueno siempre denunciarlo, aunque pasen los años. Como los judíos.