Empecé a fumarme el cigarro que tenía guardado. Como si supiera de antemano que sería el último. Es más, estoy convencido que será lo último que haré en la vida, ya que, siempre que fumo, me tranquilizo. Fumar me da sosiego, aunque sé que es un vicio que nunca me pude quitar. Me gusta aspirar suavemente y luego ver como el humo blanco y suave sale por mi nariz, despacio. Como si no tuviera prisa en ser libre y gustara de quedarse encerrado en mis pulmones.
Ayer vino a verme el oficial que me atiende. Digo “me atiende” porque es así como ellos quieren verlo. Realmente lo que hace es reprimirme. Cada vez que viene, sale molesto y gritando de aquí. Al parecer no le caigo nada bien. Ese es su problema. De todas formas ya no tengo nada que perder.
El silencio de este lugar me gusta, aunque a lo lejos a veces siento los gritos desesperados de aquellos que casi se vuelven locos por el encierro y los castigos. Ya yo pasé por eso. El proceso es lento, y la desesperación es tanta que parecen años. A fin de cuentas los años pasaron tan rápidos como segundos. ¡Es una ironía de la vida!
Me dijo el oficial que pensara bien las cosas porque me quedaba poco. ¡Como si me interesara realmente lo que me queda! Es más, a veces quisiera que fuera más rápido el final. Parece que él desconoce cómo me siento. ¡Y todavía dice que estudió psicología! No entiende que todo está hecho, y que no voy a decir jamás lo que sé. Por eso he llegado hasta donde he llegado, pero que no quiere darse por vencido.
Este lugar me gusta por su tranquilidad. Ni siquiera sé dónde queda, pues me trajeron con los ojos casi tapados. Es una celda tapiada por la puerta, pero la ventanilla del fondo está abierta, aunque muy alta. Está hecha con unos barrotes bien gruesos. Cortarlos es casi imposible. Aunque en la vida nada lo es. Siento el rumor del mar, como olas chocando contra los arrecifes, y sobre todo ese grato olor a salitre. Me gusta ese olor, es algo que también me da paz.
Me gustaría, si pudiera pedir, que al morir exhumaran mi cadáver y las cenizas las tiraran al mar. Es mar es inmenso. Es fuerte y agresivo en ocasiones, pero a veces su calma es impresionante. Mis cenizas pudieran esparcirse por donde quisieran sin tener que estar cerradas en una caja cualquiera. Ya bastante encierro ha tenido mi cuerpo para continúe así después de mi muerte.
Dice el oficial que cuando salga de mí, se va a emborrachar de la alegría. A veces algunas personas me confunden con su forma de actuar. Pudiera emborracharse cuando quiera, porque en mí nunca ha estado, ni yo en él. Lo único que nos ha hecho chocar ha sido su caprichosa manía de interrogarme y hacerme la vida un martirio. Cosa que de hombre a hombre jamás se hubiera atrevido. Por eso tiene que andar con sus guardias armados que lo custodian para que no tenga miedo. Porque eso es lo que tiene, mucho miedo.
Este cigarro sabe un poco a humedad. Parece que este lugar tiene tanta que me lo ha mojado un poco. De todas formas me sabe a gloria, pues sé que es el último y por eso lo aspiro con suavidad. Quiero dilatar lo más posible la satisfacción que siento al aspirar y soltar ese humo que blanquea el espacio reducido donde me encuentro. En esta oscuridad me gusta ver el anillo encendido que se crea del cigarro. Es como una pequeña luz en mi vida, en esa vida que pronto tendrá que irse por otros derroteros. ¡Sabe Dios adonde!
Sería interesante saberlo. ¿Acaso me encontraré con otros que también murieron? Realmente hay muchos que no quisiera toparlos otra vez en mi vida…Bueno, ya no sería en la vida, sería en la muerte. ¿Cómo será la muerte?
Siempre he tenido curiosidad sobre la muerte. Si es verdad que al morir vamos a un lugar específico, o andamos por ahí como espíritus perdidos en las tinieblas de cualquier espacio. Me gustaría saber a dónde irá mi espíritu al salir de mi cuerpo. ¿Daré luz a alguien? ¿Perseguiré, quizás, a aquellos que dañan la integridad humana de los vivos? ¿Podré, acaso, pensar cuando esté muerto?
Recuerdo que cuando niño no temía a nada. No tenía miedo ni pasar por el cementerio de mi pueblo. Los otros muchachos se aterrorizaban, y yo les hacía bromas para divertirme viéndolos correr. Hasta que un día a Felito por poco le da un infarto. ¡El pobre! Después de eso tuve que limitar mis bromas con ellos.
Pensándolo bien, creo que nunca he tenido miedo a nada. Algunos, incluso, me creían loco. Y no es que sea más valiente que nadie, simplemente no tenía miedo. Ahora mismo, no tengo miedo morir.
El silencio de este lugar es parecido, supongo, al de los sepulcros. Es como estar enterrado en vida. Esta quietud me relaja al extremo. Siento que me queda poco, pero estoy tranquilo, muy tranquilo. Lo único que me preocupa es mi familia. Ellos no comprenden. No pueden entender porque voy a morir, y yo tengo la culpa de que no entiendan. Siempre los quise tener alejados del peligro al que siempre estuve expuesto, y ahora no saben bien el por qué de todo esto. Hasta pueden pensar que son locuras mías. Quizás tengan un poco de razón, porque hay que estar loco para involucrarse en la lucha por tus propios derechos. Esos mismos derechos tienes que arrancárselos al absolutismo porque no te dan otra opción, y después viene lo peor cuando no lo logras.
Está haciendo un poco de frío. Debe ser propio de la humedad que tienen estas paredes. Ese ruido del mar parece como una música al oído. De faltarme, creo que no me sintiera tan bien aquí.
No puedo evitar pensar en los míos. Ese último encuentro que tuve con mi madre, fue desgarrador. A pesar de mi fortaleza espiritual no pude evitar llorar como un niño cuando se fue. Estaba deshecha. ¡Si supiera cuánto la amo! Que todo lo que he hecho en mi vida ha sido precisamente por ella y por mis hijos! Ojalá algún día entiendan mi realidad, que es la de ellos mismos.
¡Mis hijos! ¿Qué estarán pensando de mí en estos momentos? Yo los alejé para evitarles más dolor. Un sacrificio emocional que quizás les hizo más daño. Apenas pude darles el cariño que se merecían, a pesar de haberlos querido tanto. ¡Mis hijos! Ojalá pudieran saber que su padre no es lo que les han dicho estos sicarios. ¡Todo lo que he hecho ha sido por ellos mismos, por todos!
Presiento que está llegando el momento. El cigarro está terminando de evaporarse en este aire viciado de humo y de muerte. Sí, de muerte…porque ella acecha desde ese más allá, que ahora está más cerca que nunca.
Siento el ruido metálico de las rejas y el candado. Un guardia, o dos, ¡sabe Dios cuántos!, han venido a buscarme. Están aterrorizados. Se los veo en su cara. ¡Mira a ese como le tiemblan las manos! Le daré la última chupada a mi cigarro y dejaré que el humo suba tranquilamente, sin apuros. No hay premura para morir porque siempre hay tiempo. ¡Hay más tiempo que vida!
Las paredes siguen húmedas. Ahora el frío es mayor. Peor estaré dentro de poco, quizás en minutos. Mi cuerpo se enfriará al extremo de la rigidez y ya no sentiré nada. Bueno, eso espero.
Me llevan por este pasillo largo y tedioso. Trato de mirar hacia atrás y el guardia no me deja. Quiero ver por última vez el pabellón donde me encontraba. Le llaman el “Pabellón de la Muerte”, como si la muerte solo pudieras encontrarla cerca de aquí. Los guardias están nerviosos e inseguros, como si fueran ellos las víctimas de este régimen.
Me han sacado por este pasillo directo al patio. No había estado antes aquí. Un foco es mecido por el viento y debajo está ese poste del que tanto he escuchado hablar. Recuerdo las anécdotas sobre los que allí han fusilado. ¡Miles! Es increíble pensar que haya tanta maldad en la tierra. ¡Tanta ignominia y tanta impunidad! Pero peor ha sido la indiferencia del mundo. Los que han virado su rostro para no ver. Se han tapado los oídos para no escuchar los gritos de los que en su desesperación piden auxilio. Es muy triste. Lo siento por ellos mismos. Sí, por los indiferentes, los que piensan que a ellos nunca les sucederá. Si supieran…
Me han parado delante del poste y quieren vendarme los ojos. Yo no lo acepto. Quiero ver la vida antes de irme, sabe Dios, adonde…Quiero ver el amanecer de una patria que en un día no lejano estará libre. No me importa que nadie me recuerde, porque jamás he hecho algo para que me encumbren. ¡Dios lo sabe!
Los guardias están tan nerviosos que parece que es a ellos a quienes van a fusilar. Uno de ellos, el que cogió mis manos para amarrarlas al poste, estaba más frío de lo que yo estaré pronto. Tienen miedo, mucho miedo, quizás el que yo nunca he sentido.
Ahí están, frente por frente a mí. Serios y circunspectos. Esperando la señal de la muerte. Ni siquiera saben por qué matan. Solo cumplen órdenes superiores.
Aquel guardia, el que está al centro del pelotón, parece que ha visto la muerte misma. Tiene sus ojos desorbitados de lo asustado que está, como si fuera él la víctima. Parece que es su primera misión de matar. Me imagino que le dicen que somos lo peor que ha dado la tierra, y sin más, vienen y te disparan al pecho, o a cualquier parte del cuerpo.
Ya están subiendo las armas. El jefe del pelotón, que parece que es el que más edad tiene, está dando las órdenes. Ese sí parece que sabe lo que hace y que tiene mucha experiencia en esto de matar fríamente. Me mira con tanto odio como si yo le hubiera hecho daño. Pero yo sigo tranquilo. Sé que pronto terminará la pesadilla. Ya no tendré que verle las caras a estos sicarios sedientos de sangre. ¡El jefe hasta se sonríe! Es evidente que siente una inmensa satisfacción al hacer esto. ¿A cuántos habrá torturado en su vida? ¿Se sabrá algún día o quedarán impunes sus crímenes?
De veras que estoy tranquilo. Siento una paz inmensa que me fortalece aún más. No tengo por qué arrepentirme, todo lo que he hecho ha sido por el bien común de todos los que nos quedamos sin libertad hace muchos años. Desde ese entonces no he parado de luchar, y creo que he hecho justamente lo necesario. Aunque desgraciadamente no hemos logrado ser libres. Las ataduras de las tiranías son fuertes y represivas al extremo. Pero no podemos perder la fe.
¿La f’e? ¡Dios mío! De eso se trata. Esa misma fe en Dios es la que nos ha hecho continuar sin temor por caminos difíciles y llenos de obstáculos. ¡Si no fuera por esa misma fe! Teniendo en cuenta que nos han tratado de arrancar a Dios del corazón por tantos años, ahora me doy cuenta que ha sido imposible. Esa batalla nunca la pudieron ganar los opresores.
El pelotón ya está listo. Sus hombres están nerviosos, pero listos a disparar para acabar con mi vida. También acabarán con la vida de mi familia, la que nunca tendrá paz después de esto. No puedo hacer nada por cambiar las cosas. Soy consecuente con mi manera de pensar y de actuar. No cambiaría nada de lo que hecho en mi vida.
Me están mirando con miedo. Lo sé. Lo presiento. Lo respiro en el aire. El aire está saturado de muerte y de miedo. Estoy escuchando la orden de: “¡En su lugar!”. Estoy tranquilo porque ya todo está acabando. La segunda orden es aún más fuerte: “¡Apunten!”, aunque sentí temblor en la voz del jefe del pelotón. No puede negar que la satisfacción es grande, pero también teme, como los otros. ¿A cuántos habrá dado la orden de disparar? Los estoy mirando a los ojos. No pudieron vendármelos y ahora tienen que verme frente a frente. Ellos están mirando la muerte. Yo mirando la ignominia. Nos cruzamos miradas que luego se perderán en el vacío que dejará mi vida. Pero antes de dar la otra orden gritaré con todas mis fuerzas: “¡Viva Cristo Rey!”.
Se molestaron tanto que la tercera orden ya viene: “¡Fuego!” Siento que mi cuerpo está cayendo lentamente. Mis ojos se nublan y apenas puedo ver a mi alrededor. Parece todo tan lento…Siento ahora unos pasos que se acercan a mí. Todavía puedo ver algo, aunque siento un dolor insoportable. Algo caliente que casi me quema. Debe ser la sangre que corre por mi cuerpo como un río al caer en una cascada vertiginosa. Veo el rostro de mi madre, de mis hijos, mis hermanos. Mis compañeros de lucha. Veo el rostro del fiscal que solicitó la pena de muerte con una sonrisa sarcástica en sus labios. Veo el camino al cementerio cuando era un niño y les hacía bromas a mis amigos.
Los pasos se acercan cada vez más. Estoy sintiendo una bota encima de mi pecho que hace que me falte el aire. Es el jefe del pelotón que acerca su rostro al mío para decirme algo que no escucho. Pero veo su cara y su risa a carcajadas. Me está enseñando su pistola y diciendo algo. No sé qué es. Me imagino que alguna bravuconería tonta porque estoy en el suelo y no puedo moverme. La humedad del suelo me hace sentir mucho frío y mi cuerpo empieza a temblar. El tipo vuelve a reír estruendosamente. No puedo decirle lo que pienso de él ahora porque no puedo mover la boca, está rígida. Veo que acerca su pistola a mi cabeza. Será el tiro de gracia que acabará con esta pesadilla larga y dolorosa. ¡Que acabe, Dios mío!
Está casi amaneciendo. Estoy mirando el cielo, que aunque oscuro aún, ya da síntomas de aclarar. ¿Iré a ese cielo? Ya quiero irme, a donde sea, pero ya no aguanto el dolor. Siento el metal frío de la pistola en mis sienes. Ya queda poco. Adiós a todos los que he querido siempre. Adiós a los míos, pero no a mi lucha, porque no sé cómo, pero seguiré luchando desde cualquier lugar en que me encuentre.
Una explosión acaba de producirse. Se me van las ideas. Algunos rostros pasan delante de mí. Se interponen entre el cielo y yo. Rostros de quienes han partido ya. El ruido seco de la explosión me explica qué sucedió: es mi propia muerte.
6 comentarios:
Dios Santo!
Es como si una estuviese metido en la realidad de este cuento.
Cuento que es realidad. Cuento de la vida y de los ultimos minutos de un condenado a muerte.
Siempre termino leyendo Iliana y siempre termino escribiendo.....
Sin palabras.
Gracias, amiga. Tus comentarios me alientan mucho a seguir escribiendo. Un abrazo.
Que fuerte y que realismo, por momentos pensé que era a mi a quien fusilaban.
Me ha gustado mucho este cuento, que ha sido en su momento realidad en muchos héroes que han perdido la vida en los paredones de fusilamiento de la dictadura.
Me alegro te haya gustado, realmente lo escribí sintiendo también lo mismo, y es ese realismo quien inspira a hacerlo para vivir un poco el sufrimiento de los demás.
un abrazo.
....y despues quieren para una Cuba Libre que no haya "justicia". Gloria a nuestro muertos que alzando los brazos la sabran defender todavia. Un abrazo Ramoncito
Gracias, Ramoncito. Me alegro lo hayas leído. Un abrazote.
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