Por: Iliana Curra
La vi por primera vez el 31 de enero de 1995. Estaba en su oficina rodeada de toda la alta jerarquía de la prisión de Kilo-5 en Camagüey, una cárcel de máximo rigor para mujeres.
Una guardia me recogió en la galera y me llevó hasta la dirección del penal. Abrieron la puerta y me pararon en el medio de toda aquella gente de uniformes de verde olivo oscuro que usan los oficiales del Ministerio del Interior, había capitanas, tenientes y sargentos. Parecía una corte militar. Sentada en su buró como una emperadora se encontraba, con grados de Mayor, Concepción Tenas Pimentel. Algunas reclusas la llamaban Conchita. Era el precio de su confianza por sus delaciones.
Recuerdo perfectamente su postura de jefa militar. Tenía ante sí mi expediente de prisionera, el cual tenía dos letras que me identificaban al momento: CR, que significa “contra-revolucionaria”. Se quiso hacer la graciosa delante de todas sus oficiales y con voz fuerte intentando amedrentarme me preguntó: “¿Por qué estás presa?” Mi respuesta no se hizo esperar y le dije: “Usted tiene ahí mi expediente, estoy aquí por anti-comunista. Por estar en contra de todas ustedes”. Mi actitud era realmente desafiante y no me importaban las consecuencias. Ella solo me miró y me dijo: “Quédate tranquila, no estás en La Habana.
Había descansado unas pocas horas desde mi llegada la noche anterior cuando llegué en una llamada “cordillera” de presos que desde La Habana venían repartiéndonos por todas las provincias de Cuba. La cordillera había llegado a Kilo-5 muy tarde en la noche, ya me estaban esperando y me trasladaron de inmediato a una galera. Mi despertar fue ser llevada a la oficina de la Mayor.
Me dijo para tranquilizarme más aún: “Aquí no tenemos los mismos métodos que en La Habana, hacemos las cosas diferentes”. Es el famoso trabajo del bueno y del malo. Los malos habían quedado en La Habana y ahora en Camagüey me decían que todo sería diferente. Mi expediente seguramente tenía en detalles mi comportamiento en la Prisión de Mujeres de Occidente, más conocida como “Manto Negro”, donde impera la violencia, el sadismo contra las reclusas y las torturas.
Había estado 39 días en una celda de aislamiento especial en un destacamento apartado del penal. La celda de apenas dos metros de largo por uno y medio de ancho, sin luz y sin agua, estaba ubicado al final del destacamento donde vivían dos reclusas infectadas con el virus del SIDA. Allí solo entraban las guardias que custodiaban el lugar y algún que otro oficial de vez en cuando.
Aunque mi condena había sido “correccional con internamiento”, más bien trabajo forzado, había sido revocada mi condena porque me amotiné cuando golpearon a una presa que salía de pase y le detectaron denuncias de violaciones a los derechos humanos en la prisión. La historia se hizo corta cuando el oficial de la Seguridad del Estado me dijo cínicamente que me desaparecería de La Habana. Y lo cumplió.
Concepción Tenas Pimentel se teñía el pelo de rojo brillante, era bajita y siempre andaba en ropa de oficial con una estrella en los hombros. Era su grado de Mayor que llevaba con mucho orgullo. Tuvimos pocos encuentros porque al tiempo de estar yo en la prisión ella se retiró. Según supe en aquel momento se iba a trabajar como civil para alguna entidad turística.
Nunca más supe de ella hasta que, años más tarde en el exilio, alguien me la mencionó desde Cuba. Me dijo que quien había sido jefa del penal de Kilo-5 se encontraba presa allí mismo por haber robado, que su esposo e hija también estaban involucrados, pero la que cumplía prisión era ella.
No pude menos que sentir cierto regocijo morboso, pues quien estaba ahora detrás de las rejas era la misma arrogante que rebatía mis argumentos políticos y con su altanería sin límites intentaba denigrar mis ideas, cosas que nunca pudo lograr. Pero lo más importante era que estaba en la misma prisión que dirigió por años, y no justamente porque sus ideas eran diferentes, sino porque había sido partícipe de toda esa corrupción que existe en Cuba, ese mismo país que decía defender detrás de un uniforme verde olivo, esta vez manchado con el verde de los dólares que siempre le ha gustado tanto a la claque castrista.
Triste final para alguien que imponía su poder y que terminó siendo una reclusa común más dentro de aquella miseria llamada cárcel de Kilo-5 en Camagüey.
12 comentarios:
Conclusión el hombre nuevo auténticamente revolucionario no existe, es un mito y el iracundo en jefe lo sabe, controla y archiva la información hábilmente para utilizarla si hiciera falta en un futuro, como hicieron con la esbirra esta, con grados de mayor del Minint ayer, hoy con grados de mayor ladrona.
El día de mañana su hubiera que erigir un gran monumento en Cuba que compitiera en altura con la estrella de Martí en la plaza cívica ese monumento seria para la doble moral, esa que ha acompañado inseparablemente a todos los cubanos durante más de medio siglo.
Así mismo es, amigo. Así mismo es. No solo la doble moral, sino la doble desvergüenza que padecen todos.
Asi terminaran todos!
Chico, realmente ni te ajustas al tema, así que hoy, TE BORRO POR COMEMIERDA, ja ja ja. ¡Eres una siquitrillada repetitiva, cambia el disco, anda!
Este tonto útil que nada tiene que hacer, solo escribir boberías.
¡Pobre de tí, hijo mal parido! Yo no tengo la culpa del abandono de tu madre...
Vete a buscar una mamita que te cuide. Padeces el Síndrome de Madonna por el abandono de tu madre.
Buscate una mamita que te cambie el pamper, anda, ja ja ja. Estúpido que eres.
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