1ro de Enero bueno / 1ro de Enero malo.
Por: Manuel Pozo
Hace muchos años. Allá por 1952, mi madre me parió en Maternidad Obrera de Puentes Grandes, La Habana. Nací pasada las 12 de la noche. Estuve cerca de llegar en fin de año, pero no, salí en tiempo de Año Nuevo. Por esa razón me llamo Manuel. El calendario santoral dio origen a mi nombre.
Conozco que fue muy festivo el alumbramiento. Me imagino. Los padres de los nacidos el 31 y los que aparecimos el primero de enero se unieron en esa ocasión tan celebrada. Uvas, frutas, sidra, regalos del hospital para todos. Enfermeras y médicos uniéndose y aprovechando la llegada de los niños, mezclados con la singular emoción de los padres.
Los míos, Laudelina Montero y Vidal Pozo sé que se sentían bendecidos por su primogénito. El gozo de ellos se transmitió a través de la formación que recibí. Mamá y papá es lo mejor que he tenido en mi vida, las mejores personas…, mis mejores ejemplos. No fui exactamente lo que se merecían, pero desde aquel primer día de 1952 tuve un padre que mientras vivió fue sabio, proveedor y señal que aún guía. Y una madre invencible, la que nunca faltó. Nativa de la provincia de Oriente. Ciudadana americana. Colosal mujer, que tengo en Miami. Nos tenemos hace 59 años.
Siento aún todas las navidades en el apartamento del Vedado. Los arbolitos del barrio. El lechón adobado. El aire rico de esos días. Y mis cumpleaños. Fin de año y primero. Creo que por eso me gustan tanto las fiestas. Agrego que los lindos entusiasmos no acababan con la llegada del nuevo año, todo seguía hasta los Reyes Magos. El misterio del 6 de enero, “a dormir todos en la noche del 5 porque por ahí vienen los Reyes cargados”. Juguetes para todos. Yo crecí en un barrio de amigos pobres y amigos de mediana clase, y todos recibíamos algún regalo de reyes.
Así eran los buenos eneros de Cuba, de pueblo entero. Laborioso, con Dios y soberano.
Hasta que llegó el enero malo. Ocho años después de haber nacido en libertad nos asaltó el peor enero, el que exterminó al enero bueno.
Tengo la vivencia de haber combinado esas fechas. A partir de 1959 nada sería igual. Unos meses de expectativas. Imagínense. En aquellos años ¿cómo podías aclarar que no estabas celebrando el arribo del malo, cuando festejas tu cumpleaños en una misma fecha? Eso siempre fue un problema para mi padre: ni de casualidad quiso que pensaran que festejábamos la llegada de “los barbudos” en mis cumpleaños. Y así se acabaron mis fiestas. ¡Cómo sufrió el viejo con ese hijo de puta! Y perdónenme lectores, mi padre no encontró –nunca- otra forma más adecuada de mencionarlo. Y el apodo se le quedó para siempre.
Después de la llegada del enero malo se acabaron las navidades. Los cerdos desaparecieron de sus corrales. Muy rápido los eneros fueron más perversos cada año. Todos los pasados eneros de felicidad, religiosidad y familia, desaparecieron con las marchas, con los rabiosos discursos y la venenosa demagogia de la jauría uniformada. El enero malo creció 52 años y hoy es más pérfido.
Creo en el rezo. Percibo que la plegaria del alma multiplicada tiene autoridad. Y sé que somos miles de miles los cubanos que vivimos afligidos por lo que no tuvieron nuestros paisanos de allá. Y miles los que pedimos y hacemos porque desaparezcan los eneros malos. Y vuelva el enero que Dios manda.
Por: Manuel Pozo
Hace muchos años. Allá por 1952, mi madre me parió en Maternidad Obrera de Puentes Grandes, La Habana. Nací pasada las 12 de la noche. Estuve cerca de llegar en fin de año, pero no, salí en tiempo de Año Nuevo. Por esa razón me llamo Manuel. El calendario santoral dio origen a mi nombre.
Conozco que fue muy festivo el alumbramiento. Me imagino. Los padres de los nacidos el 31 y los que aparecimos el primero de enero se unieron en esa ocasión tan celebrada. Uvas, frutas, sidra, regalos del hospital para todos. Enfermeras y médicos uniéndose y aprovechando la llegada de los niños, mezclados con la singular emoción de los padres.
Los míos, Laudelina Montero y Vidal Pozo sé que se sentían bendecidos por su primogénito. El gozo de ellos se transmitió a través de la formación que recibí. Mamá y papá es lo mejor que he tenido en mi vida, las mejores personas…, mis mejores ejemplos. No fui exactamente lo que se merecían, pero desde aquel primer día de 1952 tuve un padre que mientras vivió fue sabio, proveedor y señal que aún guía. Y una madre invencible, la que nunca faltó. Nativa de la provincia de Oriente. Ciudadana americana. Colosal mujer, que tengo en Miami. Nos tenemos hace 59 años.
Siento aún todas las navidades en el apartamento del Vedado. Los arbolitos del barrio. El lechón adobado. El aire rico de esos días. Y mis cumpleaños. Fin de año y primero. Creo que por eso me gustan tanto las fiestas. Agrego que los lindos entusiasmos no acababan con la llegada del nuevo año, todo seguía hasta los Reyes Magos. El misterio del 6 de enero, “a dormir todos en la noche del 5 porque por ahí vienen los Reyes cargados”. Juguetes para todos. Yo crecí en un barrio de amigos pobres y amigos de mediana clase, y todos recibíamos algún regalo de reyes.
Así eran los buenos eneros de Cuba, de pueblo entero. Laborioso, con Dios y soberano.
Hasta que llegó el enero malo. Ocho años después de haber nacido en libertad nos asaltó el peor enero, el que exterminó al enero bueno.
Tengo la vivencia de haber combinado esas fechas. A partir de 1959 nada sería igual. Unos meses de expectativas. Imagínense. En aquellos años ¿cómo podías aclarar que no estabas celebrando el arribo del malo, cuando festejas tu cumpleaños en una misma fecha? Eso siempre fue un problema para mi padre: ni de casualidad quiso que pensaran que festejábamos la llegada de “los barbudos” en mis cumpleaños. Y así se acabaron mis fiestas. ¡Cómo sufrió el viejo con ese hijo de puta! Y perdónenme lectores, mi padre no encontró –nunca- otra forma más adecuada de mencionarlo. Y el apodo se le quedó para siempre.
Después de la llegada del enero malo se acabaron las navidades. Los cerdos desaparecieron de sus corrales. Muy rápido los eneros fueron más perversos cada año. Todos los pasados eneros de felicidad, religiosidad y familia, desaparecieron con las marchas, con los rabiosos discursos y la venenosa demagogia de la jauría uniformada. El enero malo creció 52 años y hoy es más pérfido.
Creo en el rezo. Percibo que la plegaria del alma multiplicada tiene autoridad. Y sé que somos miles de miles los cubanos que vivimos afligidos por lo que no tuvieron nuestros paisanos de allá. Y miles los que pedimos y hacemos porque desaparezcan los eneros malos. Y vuelva el enero que Dios manda.
9 comentarios:
Felicitaciones, mi querido amigo. Que cumplas muchos, pero muchos más con salud.
Bello y profundo articulo el del Sr. Manolo Pozo... es muy estimulante para el alma humana ver a un hijo hablar bien de sus padres... Tambien muy fiel la fotografia del panorama cubano que se perdio. Felicidades. Oscar Peña
gracias Iliana. Es un honor que me haces al publicar este sentimiento que no se quita.
Y al sr. Oscar mis saludos.
Y ojalá sea un definitivo 2011.
No dudo que el autor haya vivido tiempos felices antes de 1959. Fue, en definitiva, su experiencia personal. Pero es demasiado simplista presentar el septenio 1952-1959 en Cuba como una época de felicidad, cuando todo el mundo sabe que el país padecía la detestable dictadura de Fulgencio Batista. Fue precisamente esa dictadura la que dio pie a otra mucho peor: la iniciada por Fidel Castro el 1ro. de Enero de 1959. Por lo tanto, no sería aconsejable volver a aquellos eneros de la década de 1950, sino prefigurar otros que sean auténticamente buenos no sólo para un grupo, sino para toda la nación.
Oculto anónimo, gracias por leerme; aunque leas con tendencias. Y claro que estamos atrapados en diferentes modo de ver las cosas. Esa dictadura de unos cuantos meses de Batista, es hasta risible mencionarla cuando se han vivido los horrores de estos 52 años de fidelismo. Sinteizo parte de lo que escribí diciendo que eramos un pueblo "laborioso, con Dios y soberano" Y... "con navidad, reyes magos, etc, etc." Esos fueron eneros buenos. Y el haber vivido sin Dios, sin libertad, con miles de fusilados y sin los olores festivos de esos días, es parte de tantos eneros malos.Pude haber sido más explícito. Debí abundar más en lo terrible de los eneros después del 1959. Y claro sr. desconocido; no quiero que Cuba vuelva a lo que era antes de 1959, porque estamos en el 2011. Eso sí es muy simple -de su parte- exponerlo.
Dos correcciones. Primera: no conozco a nadie que lea “sin tendencias”, como Ud. sugiere al refutar mi comentario. Segunda: la dictadura de Fulgencio Batista no duró unos pocos meses, sino 7 largos años, desde el día en que quebró el ritmo constitucional del país hasta la madrugada en que debió huir de Cuba. Que su gobierno no fue ni remotamente igual al de Fidel Castro, quien lo supera en inteligencia y maldad, es obvio. La dictadura totalitaria no tiene comparación.
Por supuesto que no hay comparacion, y queda claro que Pozo habla de sus eneros en una infancia que, a pesar de vivir en una "dictablanda" tenia juguetes y la ilusion de un niño que no siendo rico, tuvo infancia. Mientras que ahora, son 52 años de dictadura militar sin que los niños del pueblo no tengan nada, a no ser que tengan fe (familiares en el extranjero) o sean de la alta claque castrista.
Dictablanda no, dictadura. Con todas sus letras. No justifiquemos aquella monstruosidad que hizo retroceder a Cuba y dio argumentos a un dictador mayor como Fidel Castro. Fulgencio Batista merece el desprecio de quienes defendemos la democracia.
Dictablanda si se compara en años y en hechos. En todo.
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