PORFIRIO “EL NEGRO” RAMIREZ
UN JOVEN HEROE Y MARTIR CUBANO
Por Roberto Jiménez
UN JOVEN HEROE Y MARTIR CUBANO
Por Roberto Jiménez
Porfirio Ramirez
La historia de Porfirio Ramírez es la historia de su pueblo Nace en 1933, cuando una generación de jóvenes cubanos hacía que la República se vistiera de largo y estrenara pasos propios. Allá en la finca “San José” del pueblo Antón Díaz, provincia de Las Villas- en cuya casita vivió toda su vida- se empinó desde el surco el gigante que habría de continuar la obra de “la generación del treinta” , contribuyendo a mantener la integridad de la patria y el histórico afán de libertad y justicia del pueblo cubano. Creció en el campo, en él juega por primera vez y en él suda bajo el rigor de los trabajos agrícolas.
Comienza sus estudios en la escuela rural de Antón Díaz. Los continúa en la vecina ciudad de Santa Clara, hastagraduarse de la Escuela Profesional de Comercio, donde es nombrado profesor siendo muy joven.
Siempre trabajando para costearse sus estudios de alumno brillante, ingresa en la recién creada Universidad Central de Las Villas. Estaba involucrado de lleno en la lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista. Su condición de líder natural y su temeridad lo señalan demasiado entre las fuerzas represivas urbanas. Se alza en armas en las montañas villareñas con la Organización Auténtica.
En 1959 la revolución triunfante es el marco de las grandes esperanzas del pueblo. Porfirio, ahora con grados de capitán y rodeado de una aureola de leyenda, saca personalmente de la cárcel a cuantos sabe que han sido detenidos injustamente. Regresa a la vida civil y a la universidad, donde despliega una intensísima actividad por hacer del joven centro docente uno de máxima calificación académica, a la vez que comprometido estrechamente con su comunidad. Trabaja como Contador del Gobierno Provincial. Es elegido abrumadoramente a los más altos cargos de la Asociación de Alumnos de la Facultad de Ciencias Comerciales, donde está a punto de graduarse, y de la Federación Estudiantil Universitaria, de la que fue presidente hasta sus últimos momentos.
Dirigente honesto y parco en palabras, enemigo de la demagogia, es un convencido de las ideas civilistas y democráticas. Lo caracterizan su sencillez, y su sonrisa franca para todos.
Su popularidad trasciende el recinto universitario provincial y se proyecta nacionalmente. Está entregado de lleno a la restauración de la democracia en una Cuba que quiere sea cada vez más justa. Pronto va creciendo su inconformidad ante la traición que se vislumbra y el creciente avance del totalitarismo.
El 23 de agosto de 1960, de la mano de su hermano, “El Niño” Ramírez, regresa a las montañas del Escambray, que durante anos serían escenario de una de las mas heroicas gestas liberadoras de nuestro pueblo, increíble epopeya librada por los más humildes hijos de la patria, que hicieron derroche de valor y sacrificio frente a la más brutal y masiva represión que recuerda nuestra historia, financiada y dirigida por la Unión Soviética.
Porfirio es hecho prisionero. El 12 de Octubre, mientras en las calles de Santa Clara se reprimen manifestaciones juveniles, en el campamento militar “Leoncio Vidal” de la ciudad es sometido a una atropellada farsa de juicio que terminó sin dictarse sentencia; cruel engaño, porque habían decidido fusilarlo, como lo hicieron esa noche, pero temían a la reacción popular.
Porfirio Ramírez entregó su vida y su sonrisa y entró en la historia de Cuba engendrando el futuro. Para sus verdugos fue una trampa, porque su soberbia y su fanatismo los cegaron, y al ametrallarlo, tan cobarde y apresuradamente -le temían en su inconfesable admiración por él- se hicieron reos de su propia torpeza.
Aquella noche del crimen sin nombre, en el campamento militar de La Campana, cerca de Santa Clara, se inmortalizó la figura del joven presidente de la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas.
Aquel 12 de Octubre marcó un hito en la lucha del pueblo cubano frente a la barbarie comunista, entonces incipiente.
Junto a Porfirio cayeron también Plinio Prieto, Sinesio Walsh, Angel Rodríguez del Sol y José Palomino Colón, todos también patriotas íntegros de legendario valor.
Han pasado los años... Los responsables del crimen deben saber que no pudieron matar a sus víctimas. Se suicidaron los verdugos y sus cómplices y su causa ha muerto.
Aquellos cinco héroes viven en la incansable lucha de su pueblo.
12 DE OCTUBRE DE 1960: LA MASACRE
Todavía por aquel tiempo era política del gobierno permitir la asistencia de sacerdotes a los que iban a ser ejecutados. Era una forma de proyectar una imagen engañosa para encubrir ante la opinión mundial y nacional la verdadera naturaleza de un proceso en el que, poco después, se desató una campaña nacional rabiosamente anticlerical y antirreligiosa en general. También así se ganaba tiempo para preparar las condiciones que permitieran manipular las reacciones adversas que se derivaran de los futuros pasos ya programados en el secreto esquema totalitario.
El grupo que en este caso se proponían ejecutar tenía la característica, sin precedente hasta aquel momento, de que no se trataba de personas vinculadas real o falsamente a crímenes cometidos por el régimen derrotado. En cuanto a Porfirio - el más conocido y popular - se trataba de un dirigente estudiantil de origen campesino, que se había alzado en armas contra Batista, por lo que al triunfo revolucionario ostentó grados de capitán, y habiendo retornado a la vida civil, se convirtió en figura nacional como dirigente de la FEU de la Universidad de Las Villas. Plinio Prieto y Sinesio Walsh fueron también oficiales del Ejercito Rebelde, José Palomino fue un intachable integrante del Ejército Constitucional.
Fue por todo ello que los verdugos accedieron a la petición de Plinio, recién nombrado jefe de El Escambray, de formación católica, para que se le permitiera ver a un sacerdote.
El juicio, montado como un vulgar circo en el campamento militar “Leoncio Vidal”, de Santa Clara, tuvo lugar durante el día 12 de Octubre. En las calles de la ciudad se reprimían manifestaciones por la vida de “El Negro” Ramírez, muy querido por la población local. Al caer la noche se anunció un receso en el juicio hasta el día siguiente para dictar sentencia. Así fue anunciado también por los medios de comunicación nacional, lo cual dio lugar posteriormente a que se generalizara la idea errónea de que la ejecución había tenido lugar el 13 de octubre.
Aquella noche, sin embargo, unos militares tocaron apresuradamente a la puerta trasera de la iglesia “La Pastora”, de Santa Clara, atendida por sacerdotes Capuchinos, para que “un cura” los acompañara al momento y sin excusas. El tal cura resultó ser el fraile español Olegario de Cifuentes, aldeano recio, ya maduro, quien había sufrido en su patria los horrores de la guerra civil.
A la mañana siguiente el padre Olegario expuso con detalles, a un compañero universitario de Porfirio, todo lo sucedido aquella noche. Poco tiempo después, ya expulsado de Cuba, reiteró el mismo relato en varias comparecencias públicas desde Caracas. Éste, en síntesis, fue su testimonio:
El sacerdote fue conducido discreta y apresuradamente al campo de tiro militar “La Campana”, ubicado en una zona rural no lejos de la ciudad de Santa Clara, donde se encontraban los prisioneros fuertemente custodiados. El ambiente era de preparativos acelerados en medio de una evidente improvisación. A campo abierto el padre Olegario dedicó unos minutos a cada uno de los cinco hombres que iban a morir. Confesaría a la mañana siguiente, todavía conmocionado, que a pesar de ser un hombre curtido por su experiencia personal en España, nunca podría olvidar la serenidad y la convicción conque aquellos hombres le hablaron de las razones por las que iban a morir. Repitió -como quien cumple una misión, de la que hacía partícipe a su interlocutor, quien esto escribe- detalles como las palabras conque Plinio le transmitiera su mensaje final: “Muero confiando en Dios y en los hombres”, y como los cinco bromeaban entre sí y desafiaban con su valor natural a los militares presentes. Por ejemplo, expresó que Porfirio tenía en su boca un tabaco sin encender y uno de los militares se acercó y le ofreció la llama de un fósforo, a lo cual “El Negro” le contestó con una carcajada que no era hora de preocuparse por ese detalle si en unos minutos se lo iban a llenar de huecos.
Poco después de las 9 P.M. se improvisó apresuradamente el escenario. Las luces de los jeeps y camiones militares se concentraron en los prisioneros, todos de pie y atados. Ninguno aceptó que le vendaran los ojos. Frente a ellos se organizaron los integrantes del pelotón, distribuidos en dos filas: unos delante, rodilla en tierra, y los otros parados detrás. Todos con armas automáticas, cuyas ráfagas se repitieron sin cesar mientras los cuerpos caían.
Al cabo del crimen se impuso un pesado silencio que duró largos minutos. Los verdugos y sus cómplices presentes quedaron paralizados, nadie se atrevía a acercarse a los cuerpos sin vida.
Contó el padre Olegario que se vio precisado a asistir al médico forense, pudiendo constatar que algunos, como Porfirio, tenían impactos de frente en la parte superior del cráneo y en la espalda, por haber caído hacia delante, y otros los presentaban debajo de la mandíbula con desgarramientos a sedal en el pecho, por haberse proyectado su cuerpo hacia atrás con las primeras ráfagas.
Una verdadera masacre.
Con ese crimen pretendían ahogar en sangre y terror al incipiente brote guerrillero de El Escambray. Sin embargo, no sólo en El Escambray, sino en toda Cuba - inclusive donde no existían montañas - se multiplicaron durante años los grupos de alzados, con derroche de heroísmo sin límites.
Este testimonio lo escribí por el compromiso que el padre Olegario me transmitió aquella mañana en la Iglesia "La Pastora" de Santa Clara.
La historia de Porfirio Ramírez es la historia de su pueblo Nace en 1933, cuando una generación de jóvenes cubanos hacía que la República se vistiera de largo y estrenara pasos propios. Allá en la finca “San José” del pueblo Antón Díaz, provincia de Las Villas- en cuya casita vivió toda su vida- se empinó desde el surco el gigante que habría de continuar la obra de “la generación del treinta” , contribuyendo a mantener la integridad de la patria y el histórico afán de libertad y justicia del pueblo cubano. Creció en el campo, en él juega por primera vez y en él suda bajo el rigor de los trabajos agrícolas.
Comienza sus estudios en la escuela rural de Antón Díaz. Los continúa en la vecina ciudad de Santa Clara, hastagraduarse de la Escuela Profesional de Comercio, donde es nombrado profesor siendo muy joven.
Siempre trabajando para costearse sus estudios de alumno brillante, ingresa en la recién creada Universidad Central de Las Villas. Estaba involucrado de lleno en la lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista. Su condición de líder natural y su temeridad lo señalan demasiado entre las fuerzas represivas urbanas. Se alza en armas en las montañas villareñas con la Organización Auténtica.
En 1959 la revolución triunfante es el marco de las grandes esperanzas del pueblo. Porfirio, ahora con grados de capitán y rodeado de una aureola de leyenda, saca personalmente de la cárcel a cuantos sabe que han sido detenidos injustamente. Regresa a la vida civil y a la universidad, donde despliega una intensísima actividad por hacer del joven centro docente uno de máxima calificación académica, a la vez que comprometido estrechamente con su comunidad. Trabaja como Contador del Gobierno Provincial. Es elegido abrumadoramente a los más altos cargos de la Asociación de Alumnos de la Facultad de Ciencias Comerciales, donde está a punto de graduarse, y de la Federación Estudiantil Universitaria, de la que fue presidente hasta sus últimos momentos.
Dirigente honesto y parco en palabras, enemigo de la demagogia, es un convencido de las ideas civilistas y democráticas. Lo caracterizan su sencillez, y su sonrisa franca para todos.
Su popularidad trasciende el recinto universitario provincial y se proyecta nacionalmente. Está entregado de lleno a la restauración de la democracia en una Cuba que quiere sea cada vez más justa. Pronto va creciendo su inconformidad ante la traición que se vislumbra y el creciente avance del totalitarismo.
El 23 de agosto de 1960, de la mano de su hermano, “El Niño” Ramírez, regresa a las montañas del Escambray, que durante anos serían escenario de una de las mas heroicas gestas liberadoras de nuestro pueblo, increíble epopeya librada por los más humildes hijos de la patria, que hicieron derroche de valor y sacrificio frente a la más brutal y masiva represión que recuerda nuestra historia, financiada y dirigida por la Unión Soviética.
Porfirio es hecho prisionero. El 12 de Octubre, mientras en las calles de Santa Clara se reprimen manifestaciones juveniles, en el campamento militar “Leoncio Vidal” de la ciudad es sometido a una atropellada farsa de juicio que terminó sin dictarse sentencia; cruel engaño, porque habían decidido fusilarlo, como lo hicieron esa noche, pero temían a la reacción popular.
Porfirio Ramírez entregó su vida y su sonrisa y entró en la historia de Cuba engendrando el futuro. Para sus verdugos fue una trampa, porque su soberbia y su fanatismo los cegaron, y al ametrallarlo, tan cobarde y apresuradamente -le temían en su inconfesable admiración por él- se hicieron reos de su propia torpeza.
Aquella noche del crimen sin nombre, en el campamento militar de La Campana, cerca de Santa Clara, se inmortalizó la figura del joven presidente de la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas.
Aquel 12 de Octubre marcó un hito en la lucha del pueblo cubano frente a la barbarie comunista, entonces incipiente.
Junto a Porfirio cayeron también Plinio Prieto, Sinesio Walsh, Angel Rodríguez del Sol y José Palomino Colón, todos también patriotas íntegros de legendario valor.
Han pasado los años... Los responsables del crimen deben saber que no pudieron matar a sus víctimas. Se suicidaron los verdugos y sus cómplices y su causa ha muerto.
Aquellos cinco héroes viven en la incansable lucha de su pueblo.
12 DE OCTUBRE DE 1960: LA MASACRE
Todavía por aquel tiempo era política del gobierno permitir la asistencia de sacerdotes a los que iban a ser ejecutados. Era una forma de proyectar una imagen engañosa para encubrir ante la opinión mundial y nacional la verdadera naturaleza de un proceso en el que, poco después, se desató una campaña nacional rabiosamente anticlerical y antirreligiosa en general. También así se ganaba tiempo para preparar las condiciones que permitieran manipular las reacciones adversas que se derivaran de los futuros pasos ya programados en el secreto esquema totalitario.
El grupo que en este caso se proponían ejecutar tenía la característica, sin precedente hasta aquel momento, de que no se trataba de personas vinculadas real o falsamente a crímenes cometidos por el régimen derrotado. En cuanto a Porfirio - el más conocido y popular - se trataba de un dirigente estudiantil de origen campesino, que se había alzado en armas contra Batista, por lo que al triunfo revolucionario ostentó grados de capitán, y habiendo retornado a la vida civil, se convirtió en figura nacional como dirigente de la FEU de la Universidad de Las Villas. Plinio Prieto y Sinesio Walsh fueron también oficiales del Ejercito Rebelde, José Palomino fue un intachable integrante del Ejército Constitucional.
Fue por todo ello que los verdugos accedieron a la petición de Plinio, recién nombrado jefe de El Escambray, de formación católica, para que se le permitiera ver a un sacerdote.
El juicio, montado como un vulgar circo en el campamento militar “Leoncio Vidal”, de Santa Clara, tuvo lugar durante el día 12 de Octubre. En las calles de la ciudad se reprimían manifestaciones por la vida de “El Negro” Ramírez, muy querido por la población local. Al caer la noche se anunció un receso en el juicio hasta el día siguiente para dictar sentencia. Así fue anunciado también por los medios de comunicación nacional, lo cual dio lugar posteriormente a que se generalizara la idea errónea de que la ejecución había tenido lugar el 13 de octubre.
Aquella noche, sin embargo, unos militares tocaron apresuradamente a la puerta trasera de la iglesia “La Pastora”, de Santa Clara, atendida por sacerdotes Capuchinos, para que “un cura” los acompañara al momento y sin excusas. El tal cura resultó ser el fraile español Olegario de Cifuentes, aldeano recio, ya maduro, quien había sufrido en su patria los horrores de la guerra civil.
A la mañana siguiente el padre Olegario expuso con detalles, a un compañero universitario de Porfirio, todo lo sucedido aquella noche. Poco tiempo después, ya expulsado de Cuba, reiteró el mismo relato en varias comparecencias públicas desde Caracas. Éste, en síntesis, fue su testimonio:
El sacerdote fue conducido discreta y apresuradamente al campo de tiro militar “La Campana”, ubicado en una zona rural no lejos de la ciudad de Santa Clara, donde se encontraban los prisioneros fuertemente custodiados. El ambiente era de preparativos acelerados en medio de una evidente improvisación. A campo abierto el padre Olegario dedicó unos minutos a cada uno de los cinco hombres que iban a morir. Confesaría a la mañana siguiente, todavía conmocionado, que a pesar de ser un hombre curtido por su experiencia personal en España, nunca podría olvidar la serenidad y la convicción conque aquellos hombres le hablaron de las razones por las que iban a morir. Repitió -como quien cumple una misión, de la que hacía partícipe a su interlocutor, quien esto escribe- detalles como las palabras conque Plinio le transmitiera su mensaje final: “Muero confiando en Dios y en los hombres”, y como los cinco bromeaban entre sí y desafiaban con su valor natural a los militares presentes. Por ejemplo, expresó que Porfirio tenía en su boca un tabaco sin encender y uno de los militares se acercó y le ofreció la llama de un fósforo, a lo cual “El Negro” le contestó con una carcajada que no era hora de preocuparse por ese detalle si en unos minutos se lo iban a llenar de huecos.
Poco después de las 9 P.M. se improvisó apresuradamente el escenario. Las luces de los jeeps y camiones militares se concentraron en los prisioneros, todos de pie y atados. Ninguno aceptó que le vendaran los ojos. Frente a ellos se organizaron los integrantes del pelotón, distribuidos en dos filas: unos delante, rodilla en tierra, y los otros parados detrás. Todos con armas automáticas, cuyas ráfagas se repitieron sin cesar mientras los cuerpos caían.
Al cabo del crimen se impuso un pesado silencio que duró largos minutos. Los verdugos y sus cómplices presentes quedaron paralizados, nadie se atrevía a acercarse a los cuerpos sin vida.
Contó el padre Olegario que se vio precisado a asistir al médico forense, pudiendo constatar que algunos, como Porfirio, tenían impactos de frente en la parte superior del cráneo y en la espalda, por haber caído hacia delante, y otros los presentaban debajo de la mandíbula con desgarramientos a sedal en el pecho, por haberse proyectado su cuerpo hacia atrás con las primeras ráfagas.
Una verdadera masacre.
Con ese crimen pretendían ahogar en sangre y terror al incipiente brote guerrillero de El Escambray. Sin embargo, no sólo en El Escambray, sino en toda Cuba - inclusive donde no existían montañas - se multiplicaron durante años los grupos de alzados, con derroche de heroísmo sin límites.
Este testimonio lo escribí por el compromiso que el padre Olegario me transmitió aquella mañana en la Iglesia "La Pastora" de Santa Clara.
3 comentarios:
Historias como estas son las que siempre se deben recordar. Por eso me molesta cuando dicen que los cubanos no han luchado para acabar con esa dictadura, cuando hay tantos y tantos muertos en el camino.
Asi es Ileana, muy saludable RECORDAR, NUNCA OLVIDAR, y mucho menos perdonar. Luis F Cai~as
Es que no se puede perdonar a quien nunca lo ha pedido, todo lo contrario, no se arrepienten de los crimenes cometidos. Y los siguen cometiendo.
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