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"ARTE SOY ENTRE LAS ARTES. Y EN LOS MONTES, MONTE SOY"
JOSE MARTI.

miércoles, 27 de mayo de 2009

MIAMI

Por: Iliana Curra

Quizás no tenga la impresionante majestuosidad de las grandes ciudades. Ni las antiguas construcciones que te harían soñar despierto con un pasado de historias llenos de acontecimientos auténticos. Ni las montañas elevadas donde pudieras observar el mundo. Tampoco tiene volcanes llamativos que impregnan la vista de una belleza casi sobrenatural.

No cae la nieve para jugar con ella, ni se siente el denso frío como para encender una estufa. Tampoco tiene la tranquilidad de sus calles debido al constante ajetreo de un tránsito de autos que no cesan. Pero tiene la belleza propia de algo que el hombre ha creado, y ese esfuerzo le da la merecida grandeza que tiene, al menos para mí, la ciudad de Miami.

Como si hubiera nacido en ella. Me gusta su sol, quizás porque se parece al cubano, el que nunca pude disfrutar en libertad en mi propia tierra. Me gusta su clima, porque apenas le veo diferencia con la nación cautiva que tuve que dejar hace pocos años, como si fuera ayer. Me gusta su gente porque caminan libres y hablan con la libertad de quienes sienten que lo son, aunque estén lejos de sus raíces, raíces que no abandonaron y que puedes comprobarlo en cualquier lugar donde se vendan alimentos.

Sí. Me gusta Miami. Como si hubiera nacido aquí. Quizás en mi mente es La Habana que no conocí cuando fue libre. Sé que me dirán que La Habana es más bella. Lo sé, pero le faltan atributos libertarios que para mí son tan importantes. Bello pudiera ser un campo árido donde yo pudiera gritar mi verdad sin tener que ser enjuiciada absurdamente, porque esa libertad le da hermosura. Le da grandeza.

Me gusta Miami porque siento que me pertenece. Desde que pisé su suelo soberano tuve la sensación de que ya lo conocía. Me gusta porque sus golondrinas emigran del norte para buscar el calor que tanto necesitan para sobrevivir el crudo invierno. Sus palomas vuelan y se posan en las calles sin miedo al maltrato de la gente. Al contrario, se sienten amparadas por leyes y regulaciones que no permiten se les haga daño, y hasta los autos paran para evitar golpearlas cuando abarcan el sitio por donde tienen que pasar.

Miami es la ilusión, quizás, de una ciudad donde siempre quise vivir. Donde no se me cuestionara mi ideología, ni me obligaran a simular para sobrevivir en un mundo que todo se controla, hasta la respiración. Posiblemente no sea solo mi ilusión, sino la de muchos cubanos nacidos en aquella cárcel extensa llamada Cuba, tan solo a 90 millas de aquí.

No me importa que haya sido un pantano. El hecho de ser una ciudad, como es ahora, dice mucho de su valor. Dice mucho de una comunidad que transformó al pequeño pueblo en algo admirable que dejó de ser lo que era para convertirse en la puerta de Las Américas.

Quizás no tenga los inmensos rascacielos que asombran la vista de los turistas que vienen a buscar el sol, ni sus asombrosos modelos arquitectónicos que reservan las viejas ciudades del planeta. Tiene, simplemente, la belleza natural de sus playas y costas y el ensueño mágico de una ciudad donde viven gentes de todas las nacionalidades. Una Torre de Babel moderna y sin alturas donde los que vivimos en ella, soñamos, pero sobre todo, intentamos lograr esos sueños.

1 comentario:

Marcos B.M dijo...

nada como el sol de miami..