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viernes, 27 de mayo de 2011

ARTÍCULO DE ESTEBAN FERNÁNDEZ



LA LLEGADA


Por: Esteban Fernández




Hoy en día los cubanos vienen al exilio y ven que la mayoría de sus compatriotas -que llegaron primero durante los años 60- están cómodos económicamente. Tienen casas propias, automóviles y sus hijos han terminado carreras universitarias.

Pero muy pocos saben los trabajos que se pasaron durante los primeros tiempos del destierro. Inicialmente, aquello fue un desastre. Con mis 17 años recién cumplidos, recuerdo lo preocupado que iba rumbo a mi primer trabajo de lavar platos en un hotel de Miami Beach.

Sin embargo, con qué orgullo me lancé a trabajar arduamente después de 15 minutos de entablar conversación con mis compañeros cubanos de labor. Había un anciano que me dijo que él había pertenecido al Tribunal Supremo de Justicia en Cuba, estaba un médico, dos abogados, otro señor había sido Representante a la Cámara en la época de Carlos Prío; y todos estaban sudando la gota gorda trabajando en aquel lugar. Todos sin complejo alguno y sin quejarse. Tremendo impulso cogí cuando el hombre que limpiaba unas enormes cazuelas me dijo: “Muchacho, esto es miles de veces mejor que vivir en el comunismo castrista”. Nunca en mi vida lo había visto antes, sin embargo estreché su mano empapada en agua hirviendo.

Recuerdo que una señora cubana que estaba trabajando de ascensorista me miró con cara de lástima y me preguntó: “Muchacho, ¿Qué tiempo hace que llegaste de Cuba?” Y le dije: “Veinte días”. La mujer metió la mano en su cartera y me regaló un dólar. Ustedes pueden imaginarse la facha que yo tendría para inspirar a una desconocida a darme una limosna.

Un famoso declamador cubano llamado Jorge Raúl Guerrero estaba recorriendo todo Miami vendiendo helados en un camioncito. Un conocido dentista estaba trabajando de sepulturero. Un abogado amigo mío le escribía a su mamá en El Cotorro diciéndole que estaba trabajando en Max Factor de "Cajero". En realidad estaba cargando cajas en el Warehouse de esa compañía.

Al fin, y con tremenda alegría, fui tres días a trabajar en una planta de envarsar tomates conocida como LA TOMATERA... Allí laboraban la hermana de Eloy Gutiérrez Menoyo y varias señoras cuyos esposos habían desembarcado en Cuba y estaban presos. También conocí en la tomatera a un brillante joven llamado Gregorio del Campo que después se hizo médico y que llegó a ser dirigente de la F.E.U. en el exilio y Jefe Militar del Movimiento Nacionalista Cristiano que dirigía Aldo Rosado Tuero.

¿Ustedes creen que ahora en el exilio hay muchos fidelistas? Bueno, pues en aquel momento habían más. Miami estaba lleno de miembros de células del Movimiento 26 de Julio que todavía no habían regresado a Cuba y que campeaban por su respeto en Florida, New York, New Jersey. Eran exiliados contrarios al depuesto régimen de Batista. Y esos castristas nos hacían la vida imposible. Nos consideraban esbirros y latifundistas. Y las broncas eran diarias.

Como es de suponer, en aquellos tiempos los policías eran todos norteamericanos, no como ahora que la mayoría son tan cubanos como usted y yo. Pues cuando veían a cuatro cubanos vociferando en una esquina, paraban su carro y nos decían: “Speak English or go home!”. Nos dispersaban.

Todos los días yo pasaba por delante de un quiosco que tenía afuera un refrigerador con sudorosas y frías botellas de Coca Cola. Hacía un calor de 100 grados y casi nunca tenía las monedas necesarias para comprarme una. Esa fue la única vez en mi vida que tuve tentación de robarme algo, pero no me atreví.

Fui al Welfare Católico a buscar ropa y lo único que me dieron fue un abrigo de lana que parecía que había sido de un futbolista de siete pies de estatura. Y yo pensé ¿qué carijo hago yo con este gigantesco gabán en agosto y con un sol que rajaba las piedras? Lo boté en el primer latón de basura que encontré. Al mes de estar aquí ya tenía tremendos huecos en las suelas de los zapatos. Y no era yo solo, todos los cubanos pasaron más trabajo que un forro de catre durante muchos años.

Mientras tanto, en nuestra Patria los fidelistas eufóricos gritaban: “¡Qué bueno que se fueron, y que se vayan todos los gusanos a pasar hambre, miseria y frío en el Norte Revuelto y Brutal! Y mi madre lloraba cuando escuchaba eso.

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